He conocido a muchos estudiantes de medicina, a muchos,
creedme. Un perfil muy peculiar, digno de admirar, digno de odiar. Como ya sabéis,
admiro las contradicciones al igual que la palabra “paradójico”. Al menos eso
me comentan los pocos lectores que tienen conocimiento de este blog. Gente
fantástica, gente admirable, gente peculiar, como el estudiante de medicina.
Los tiempos han cambiado, vamos que si han cambiado, al
menos eso decía mi abuela con su cinta de video escacharrada, a la cual
admiraba con locura por haber sido comprada en la “tele tienda”. En fin, los
tiempos han cambiado. El nuevo estudiante es un número, un 14, una angustia
vital que de manera lógica lucha y vive por y para su número, su querido
catorce. No le queda otra, el estudiante de medicina es, un número catorce.
Desde pequeño, sea la causa que sea, en su mayoría un
perfeccionismo extremo que siempre le hace estar en la cima académica, le hace
plantearse estudiar medicina. Este niño vale, ¿Cómo iba a estudiar otra cosa?
Es un niño catorce. Y así empieza la lucha por llegar, una lucha en la que
muchos de ellos nunca llegan a encontrar la etiología de su finalidad.
No me gusta generalizar, precisamente al estudiante de
medicina se le enseña que no existen enfermedades sino enfermos, aunque la
enfermedad del enfermo de medicina sea bastante similar en cada uno de sus
sujetos. Como no me gusta generalizar, habría que mencionar la vocación, una
vocación innata que uno entre diez desarrollan a lo largo de su infancia, que al
igual que los efectos adversos del omeoprazol, uno de cada diez desarrollan en
su niñez.
Otros pocos se lo plantean cuando sus neuronas y sus
hormonas han decidido centrarse definitivamente, aunque definitivo nunca hay
nada, llamémoslo así, definitivamente. Otros, la gran mayoría desafortunada,
deciden hacer medicina después de ver que realmente son capaces, que realmente
son un catorce y que, ¿cómo iban a estudiar otra cosa?
Afortunadamente la carrera hace un gran cribado entre estas
estadísticas y rescata de la bolsa de la incapacidad de decisión a muchos,
muchísimos estudiantes que descubren que verdaderamente esa era su vocación. Y así,
definitivamente comienza la carrera hacia la vida.
En la carrera encuentras de todo. El nombre de carrera se le
adecúa a la perfección. Carrera por la competición no por lo académico, ¿qué os
pensabais?.
En cuanto a los estudiantes, a los que va dirigida esta
entrada, la competición es larga, tanto, que la adaptan a su vida hasta el
punto en el que se consideran a sí mismos “no competitivos”, hasta que dejan de
ver una realidad en la que derrotar al adversario es siempre necesario para
sobrevivir. Pocos, como dije, incumplen esta normativa. Esos pocos a los cuales
admiro considerablemente simplemente se limitan a sobrevivir.
Me ha sorprendido conocer a muchos estudiantes de medicina,
para bien y para mal. Siempre dije que hay dos tipos de personas, regla tácita
que se cumple cada vez más en esta competición hostil. Los niños catorce no
pueden dejar de ser catorce, no pueden dejar de ser UN catorce, solo uno, y por
mucho que no quieran, la propia carrera les fuerza a ser el mejor, a llegar a
la cima académica como he comentado.
Un momento, para, frena, hablamos de MEDICINA. Si no fuera
porque viene en el titulo creo que no me hubiera percatado de que estamos hablando
de salud. Salud humana, personificada, individual e independiente de cada
persona. ¿En qué momento hemos perdido esa esencia?
El hecho es que existen dos tipos de persona, dos tipos de
estudiantes como ya he dicho repetidamente, el lector de libros, de puntos y
comas, de gráficas, de tablas. El que se sabe a la perfección los ángulos que
forman las articulaciones costovertebrales, algo siempre relevante. Por otro lado, el estudiante inteligente, a mi
juicio el que merece el mayor reconocimiento aunque sus notas sean bajas,
raspadas o normales. Con normales hablo de notable, un siete, la mitad de
catorce, muchos dirían que está bien pero en medicina es más mediocre que otra
cosa.
El estudiante
inteligente, sí, no habéis entendido mal, el de los sietes mediocres, es un
estudiante con ojo clínico. No es estudiante, es médico sin saberlo. Su mirada
supera las líneas del Harrison y levanta la vista para ver a su paciente, a la
PERSONA que, nerviosa, distante, impaciente, aterrada mira al médico esperando
un diagnóstico certero. Un diagnostico que no aparece en el capítulo del Harrison.
Aun no existe el capítulo Maria Magdalena López García.
Maria Magdalena Lopez Garcia se puede marchar de dos maneras
de la consulta. Como dije, hay dos tipos de persona. María Magdalena se marcha
un día triste, desesperada, incomprendida y un tanto cabreada con el sistema
sanitario de su país. Su médico no levantó la mirada del ordenador, María tenía
vaginitis, cómo iba María a explicarle eso a un ente, a un catorce que miraba
orgulloso las líneas de su historia clínica.
Sin embargo, otro día, Maria se marcha orgullosa, satisfecha,
identificada con su médico. Éste mira, atiende, escucha activamente.
Era un estudiante de sietes. Un estudiante mediocre.
¡Me ha gustado la historia! Y el blog en general :)
ResponderEliminarSi te parece bien, te añado a mi lista de "blogs amigos", así la gente podrá descubrir tu blog cuando entre en el mío ;)
Firmado: un trece coma cinco xD