Una noche más que me desvelo por
soñar que estoy despierta y al final, lógicamente, me despierto pensando que mi
realidad era mi sueño y que mi despertar tan solo una ficticia porción de aquel
marco en el que había elegido vivir por un instante. Entre dormida y despierta,
despejada, ansiosa pero a la vez desconcertada por despertarme en una realidad
equivocada, que, sin embargo, resultó ser la mía, comencé a pensar,
filosóficamente ciega por las legañas que aun cubrían mi rostro, acerca del
“sentirse en casa”. Ya os digo, queridos madrugadores que compartan mi
sensación, que son las 6 am de la
mañana, que probablemente no entienda nada después de dos horas y que tras
haberme dado un buen golpe con la puerta intentando alcanzar el servicio, lo
primero que me ha salido ha sido escribir. Si, probablemente no entienda nada.
Tras el golpe con la puerta, pues
creía estar en mi cuarto, en mi baño, con mi pijama; resultó que me había
equivocado de cuarto, de baño y de pijama. Rectifico, puede que no fuera una
equivocación y que únicamente haya arriesgado impulsivamente mis palabras a
pronunciar ese determinante posesivo que tantos problemas ha traído a lo largo
de la existencia humana: MI.
“MI”; lo que es mío, lo que me
pertenece, lo primero que aprendemos desde pequeños y lo único que no perdemos
de mayores: el yo, y lo que forma parte de mi persona. Pues bien, sin más
preámbulos y filosofías absurdas sobre monosílabos, me gustaría incidir
en lo que consideramos nuestro. Todo aquello que nos hace sentir y en lo que
psicológicamente tanto se ha puesto de moda últimamente: la zona de confort.
Normalmente, esta designación se
utiliza para hablar de aquello que nos hace sentir cómodos y no nos permite
poder avanzar por miedo a perder esa comodidad. Personalmente, y supongo que
muchos comparten esta posición, cuando lo que era tu zona de confort evoluciona
a zona de conf-flicto, tiendes a buscar esa preciosa utópica franja de la que
todos hablan. Es esa misma zona de conflicto la que muchas veces te mantiene
anclada a ella, pues sientes que “le debes” el hecho estar ahí y que es tu responsabilidad evitar que no
sucumba al desastre.
Pasados los años he conseguido
aprender algo que muchos creen obvio pero que a mí me ha costado 20 años
madurar: la separación personal, MI
zona de confort. MI persona, MI, felicidad, MIS errores, MI
responsabilidad, MIS objetivos y
finalmente MI vida. La
diferenciación emocional e individual de una zona de conf-flicto, que mantenía
anclada una culpabilidad, que, al igual que las legañas de las 6 am, no me
permitía buscar mi propia zona de confort.
Me di cuenta de que las entidades
físicas; una cama, un edredón, un inodoro… son tan solo físicas, y que la zona
de confort es todo aquello que me hacía sentir orgullosa de lo que había
construido para mí, y no solo para mí, no penséis que el egocentrismo nubla mi
mente, con esto incluyo las personas a las que decido dedicar mi atención, que
al fin y al cabo también forman parte de mí.
Todo empezó sin planearse, sin
visión de futuro, sin palabras, sin nada tangible. Todo siguió avanzando y de
manera inconsciente, tan solo buscábamos aquello con lo que estábamos más
cómodos, aquello que nos permitía vivir por y para nuestra felicidad personal,
aquello que finalmente, se convirtió en una felicidad grupal pues partía de la
individualidad. Sin pensarlo y sin darnos cuenta, a día de hoy, me choco con
las puertas pensando que estoy en mi zona de confort pues he convertido en mi
zona de confort todo aquello que me hace feliz, todo lo que me hace creer que
“estoy en casa”, tan solo la sensación de hogar, pues hice de ti mi hogar.
Para todas las personas que forman parte de mi. S .
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