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jueves, 12 de mayo de 2016

Hice de tí mi hogar



Una noche más que me desvelo por soñar que estoy despierta y al final, lógicamente, me despierto pensando que mi realidad era mi sueño y que mi despertar tan solo una ficticia porción de aquel marco en el que había elegido vivir por un instante. Entre dormida y despierta, despejada, ansiosa pero a la vez desconcertada por despertarme en una realidad equivocada, que, sin embargo, resultó ser la mía, comencé a pensar, filosóficamente ciega por las legañas que aun cubrían mi rostro, acerca del “sentirse en casa”.  Ya os digo,  queridos madrugadores que compartan mi sensación,  que son las 6 am de la mañana, que probablemente no entienda nada después de dos horas y que tras haberme dado un buen golpe con la puerta intentando alcanzar el servicio, lo primero que me ha salido ha sido escribir. Si, probablemente no entienda nada.

Tras el golpe con la puerta, pues creía estar en mi cuarto, en mi baño, con mi pijama; resultó que me había equivocado de cuarto, de baño y de pijama. Rectifico, puede que no fuera una equivocación y que únicamente haya arriesgado impulsivamente mis palabras a pronunciar ese determinante posesivo que tantos problemas ha traído a lo largo de la existencia humana: MI.

“MI”; lo que es mío, lo que me pertenece, lo primero que aprendemos desde pequeños y lo único que no perdemos de mayores: el yo, y lo que forma parte de mi persona. Pues bien, sin más preámbulos y filosofías absurdas sobre monosílabos, me gustaría incidir en lo que consideramos nuestro. Todo aquello que nos hace sentir y en lo que psicológicamente tanto se ha puesto de moda últimamente: la zona de confort.

Normalmente, esta designación se utiliza para hablar de aquello que nos hace sentir cómodos y no nos permite poder avanzar por miedo a perder esa comodidad. Personalmente, y supongo que muchos comparten esta posición, cuando lo que era tu zona de confort evoluciona a zona de conf-flicto, tiendes a buscar esa preciosa utópica franja de la que todos hablan. Es esa misma zona de conflicto la que muchas veces te mantiene anclada a ella, pues sientes que “le debes” el hecho estar ahí y que es tu responsabilidad evitar que no sucumba al desastre.

Pasados los años he conseguido aprender algo que muchos creen obvio pero que a mí me ha costado 20 años madurar: la separación personal, MI zona de confort. MI persona, MI, felicidad, MIS errores, MI responsabilidad, MIS objetivos y finalmente MI vida. La diferenciación emocional e individual de una zona de conf-flicto, que mantenía anclada una culpabilidad, que, al igual que las legañas de las 6 am, no me permitía buscar mi propia zona de confort.

Me di cuenta de que las entidades físicas; una cama, un edredón, un inodoro… son tan solo físicas, y que la zona de confort es todo aquello que me hacía sentir orgullosa de lo que había construido para mí, y no solo para mí, no penséis que el egocentrismo nubla mi mente, con esto incluyo las personas a las que decido dedicar mi atención, que al fin y al cabo también forman parte de mí.

Todo empezó sin planearse, sin visión de futuro, sin palabras, sin nada tangible. Todo siguió avanzando y de manera inconsciente, tan solo buscábamos aquello con lo que estábamos más cómodos, aquello que nos permitía vivir por y para nuestra felicidad personal, aquello que finalmente, se convirtió en una felicidad grupal pues partía de la individualidad. Sin pensarlo y sin darnos cuenta, a día de hoy, me choco con las puertas pensando que estoy en mi zona de confort pues he convertido en mi zona de confort todo aquello que me hace feliz, todo lo que me hace creer que “estoy en casa”, tan solo la sensación de hogar, pues hice de ti mi hogar.
 
 
Para todas las personas que forman parte de mi. S .

 

 

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