Coge una botella, de esas tímidas de reserva, alargada y de
contenido rojizo. Deposita en ella tu ilusión, tus ganas, tus deseos, tus vergüenzas,
tus miedos y tus pasiones. Cúlpala, es la excusa perfecta para ser quien
realmente eres, la responsable de que hagas lo que realmente quieres. Solo o en
compañía, mejor en compañía, así hay testigos de que hubo una culpable.
La corteza prefrontal encontró el botón de apagado,
sumergido bajo las últimas gotas del contenido rojizo de tu botella. Desinhibida
y fuerte, más que nunca, Quítate la ropa, suavemente sin pensar en el pasado,
sin pensar en el futuro y menos sin pensar en el presente. Recorre su cuerpo
con la mirada, despacio y poco a poco, tras la tercera copa, saborea cada uno
de sus lunares y jura no arrepentirte al día siguiente, cuando solo queden
vasos vacíos y una cama deshecha.
Él te mira y tú te resistes, siempre te gustó hacerte la
dura, pero sabe cada uno de tus puntos débiles, cada una de las puertas que aun
cerradas con blindaje, una mirada puede abrir. Que se olvide de romanticismos,
de adulaciones y de poesía, no naciste para poesía, no necesitas que te engañen
con caballería. Cuarta copa, el muro va cayendo, resultó ser que el amurallado
de tu corazón se va derrumbando a la vez que tu misma lo reconstruyes con
piedras de cartón.
Quinta copa, dosis suficiente para que el mundo ya no
exista, ni tu mente ni tu razón tienen derecho a tomar la palabra, se
encuentran castigados bajo la dominación de tus curvas.
Sexta copa… seis…sea….se….sssssshhhhhhhh
Ella le echaba la culpa a aquella tímida botella, ella le
echó la culpa al vino, ella necesitaba echarle la culpa. Ambos sabían que era
zumo de tomate. Ambos sabían que ella necesitaba echarle la culpa para ser
quien realmente era.