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lunes, 14 de septiembre de 2015

Café descafeinado con sacarina y leche desnatada por favor.

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Cada vez es más común ver como las restricciones están a la orden del día. El gordo quiere ser flaco, el flaco quiere coger algún kilo, el tímido ansia ser extrovertido mientras el extrovertido aprender a callar cuando debe. Pero lo que es más importante es que en muchos de los casos, las restricciones se deben a una necesidad de prevenir o minimizar las consecuencias de un determinado estado de salud, o mejor dicho, de “in-salud”, que es a lo que está sujeta la sociedad occidental.

Bien, existen dos tipos de personas: las de Coca-Cola y las de Pepsi, las de Nesquik o Cola- cao, las de pizza o hamburguesa y por último, intentando pasar desapercibido, las “pro-medicamentos” o “anti-medicamentos”. Es cierto, en esta vida hay, definitivamente, dos tipos de personas.


Cuenta la leyenda que un hombre de mediana edad, aparentemente sano, psicológicamente estable y emocionalmente aceptado por sí mismo, tuvo que lidiar con un contexto complicado. Su predisposición genética, en la retaguardia observando cada uno de sus pasos, amenazaba con activar esos bichillos con los que ahora, nuestro personaje, se limita a simplemente convivir.  Ante estos pequeños avisos, su parte puramente orgánica anticipaba una respuesta que pronto tendría su repercusión psicológica. (Hay que aclarar, que la respuesta orgánica muchas veces, antecede a la consciencia).
Dolores de cabeza, acidez de estómago, taquicardia continuada y cada vez un poco más de insomnio comenzaban a ser un tanto incomodos para el sujeto que, aparentemente sano, psicológicamente estable y emocionalmente aceptado por sí mismo aún no era consciente de lo que estaba sucediendo.

Tras estos episodios continuados, decidió acudir a consulta, donde un doctor profundamente adicto a la Coca-Cola le recetó ibuprofeno, omeoprazol, beta-bloqueantes y dormidina, de acuerdo con cada dolor respectivamente.

Después del juego encadenado de medicamentos que a modo de cascada se arrojaba sobre su creciente insomnio para despertarle con una fría y fuerte caída libre, otro profesional, con Pepsi en mano propone secar la creciente cascada de medicamentos y enfocar las manifestaciones como una consecuencia final de algo que probablemente no era justificable por las estrictas palabras del señor ibuprofeno, que rápidamente fue relevado por la palabra victoriosa de un especialista no químico.

Cuenta la leyenda que finalmente un hombre de mediana edad aprendió a mezclar la Coca-Cola con Pepsi y el Cola-Cao con Nesquik, descubriendo que su asqueroso sabor resultó ser una de las mejores soluciones a sus problemas.


Esto no deja de ser una historia pues en el cuento real, tristemente, se toma café sin café, leche sin leche y azúcar sin azúcar. Se bebe Pepsi o Coca-Cola, se es malo o bueno, o blanco o negro, pues los mejunjes todavía dan un poco de miedo y el gris es demasiado abstracto como para cuantificarlo. 

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