Seis de la mañana y
vuelve a amanecer. La diferencia horaria no nos permite discernir entre el
transcurso del tiempo y sin quererlo hemos llegado al infinito.
Entre la profunda
oscuridad de los pasillos tan solo te ilumina una señal anaranjada que indica
prohibido fumar. Suficiente para empezar a leer en braille los deseos de tu piel. Me acerco
cuidadosamente sin que te des cuenta, mejor dicho, sin que quieras darte
cuenta, intentando disimular la pulsión inminente de acercarme a ti.
Sigues oliendo a
perfume, el cual reclama la presencia de mis feromonas constantemente.
Disimulas mirando el amanecer pero tus folículos pilosos ya se han dado cuenta
de las intenciones de mi cuerpo. De pronto, un escalofrío nos recorre de arriba
abajo al mismo tiempo que la adrenalina, enérgica, acelera ambos pulsos, con
miedo a que nos descubran.
He decidido disfrutar
de cada movimiento pues el viaje es largo y tenemos tiempo. El amanecer se
retrasa cada vez más pues nuestra trayectoria lucha en contra de los meridianos terrestres.
Lo abstracto del
tiempo contribuye a que hayamos dejado de pensar y tan solo se mantengan dos
focos de atención: Placer y riesgo. Ambos se retroalimentan positivamente hasta
que se olvidan de sí mismos y solo queda el éxtasis.
Poco a poco, mis tímidos
movimientos han evolucionado a fuerzas cada vez más placenteras. Y no puedes
evitar que mis manos hayan recorrido
todo tu torso y haya alcanzado el epicentro de tu masculinidad. Zurdamente he
desabrochado el pantalón, poco holgado a decir verdad y muevo mis dedos cual
pianista sobre las tonalidades de su mesa de trabajo.
Al comprobar mis
intenciones, un ataque de celos y empatía han nublado tu mente y necesitas
implantar tus huellas dactilares sobre las terminaciones nerviosas que recorren
mi sexo. Ambos al unísono hemos pactado las reglas del juego y solo hay que
esperar a ganar.
Me cuesta ocultar la
necesidad de expresar de forma no verbal la respuesta a tu iniciativa y me
acerco a tu oído suplicándote que pares, poco a poco estas cada vez más dentro
de mí en la búsqueda del punto clímax de las raíces pudendas. La gente pasea
alrededor y tengo que sacar a la luz las dotes de actriz que nunca tuve. Suerte
que solo te ilumina aquella luz de prohibido fumar.
Te acompaño en los
movimientos, moviendo las caderas a la vez que tus dedos. La parte más interna
de mis muslos empieza a temblar y tú, cada vez más, sientes el calor empático
por tu cuerpo al disfrutar de mi propio placer.
He roto con mi
paciencia y el suave temblor se ha convertido en placer, el placer en éxtasis,
el éxtasis en clímax y el clímax, finalmente en relajación. Respiro. Una, dos y tres veces. Desprendo una leve risa
vergonzosa ladeando la cara, aun tumefacta por la reciente experimentación.
Vuelvo a mi tarea.
Arriba abajo, abajo arriba, una y otra vez. Me agarras con fuerza, cada vez más
y siento tu respiración en mi oído. Si mi vista periférica no me engaña he
podido notar como necesitabas cerrar los
ojos. Sigues oliendo a perfume, mis feromonas te atacan, perdóname, necesito hacerlo.
El amanecer parece
ser infinito, ¿debo agradecer al infinito mi sensación de plenitud?