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jueves, 27 de julio de 2017

Infinito amanecer


Seis de la mañana y vuelve a amanecer. La diferencia horaria no nos permite discernir entre el transcurso del tiempo y sin quererlo hemos llegado al infinito.

Entre la profunda oscuridad de los pasillos tan solo te ilumina una señal anaranjada que indica prohibido fumar. Suficiente para empezar a leer en braille  los deseos de tu piel. Me acerco cuidadosamente sin que te des cuenta, mejor dicho, sin que quieras darte cuenta, intentando disimular la pulsión inminente de acercarme a ti.

Sigues oliendo a perfume, el cual reclama la presencia de mis feromonas constantemente. Disimulas mirando el amanecer pero tus folículos pilosos ya se han dado cuenta de las intenciones de mi cuerpo. De pronto, un escalofrío nos recorre de arriba abajo al mismo tiempo que la adrenalina, enérgica, acelera ambos pulsos, con miedo a que nos descubran.

He decidido disfrutar de cada movimiento pues el viaje es largo y tenemos tiempo. El amanecer se retrasa cada vez más pues nuestra trayectoria lucha en  contra de los meridianos terrestres.

Lo abstracto del tiempo contribuye a que hayamos dejado de pensar y tan solo se mantengan dos focos de atención: Placer y riesgo. Ambos se retroalimentan positivamente hasta que se olvidan de sí mismos y solo queda el éxtasis.

Poco a poco, mis tímidos movimientos han evolucionado a fuerzas cada vez más placenteras. Y no puedes evitar que mis manos hayan  recorrido todo tu torso y haya alcanzado el epicentro de tu masculinidad. Zurdamente he desabrochado el pantalón, poco holgado a decir verdad y muevo mis dedos cual pianista sobre las tonalidades de su mesa de trabajo.

Al comprobar mis intenciones, un ataque de celos y empatía han nublado tu mente y necesitas implantar tus huellas dactilares sobre las terminaciones nerviosas que recorren mi sexo. Ambos al unísono hemos pactado las reglas del juego y solo hay que esperar a ganar.

Me cuesta ocultar la necesidad de expresar de forma no verbal la respuesta a tu iniciativa y me acerco a tu oído suplicándote que pares, poco a poco estas cada vez más dentro de mí en la búsqueda del punto clímax de las raíces pudendas. La gente pasea alrededor y tengo que sacar a la luz las dotes de actriz que nunca tuve. Suerte que solo te ilumina aquella luz de prohibido fumar.

Te acompaño en los movimientos, moviendo las caderas a la vez que tus dedos. La parte más interna de mis muslos empieza a temblar y tú, cada vez más, sientes el calor empático por tu cuerpo al disfrutar de mi propio placer.

He roto con mi paciencia y el suave temblor se ha convertido en placer, el placer en éxtasis, el éxtasis en clímax y el clímax, finalmente en relajación. Respiro. Una, dos  y tres veces. Desprendo una leve risa vergonzosa ladeando la cara, aun tumefacta por la reciente experimentación.

Vuelvo a mi tarea. Arriba abajo, abajo arriba, una y otra vez. Me agarras con fuerza, cada vez más y siento tu respiración en mi oído. Si mi vista periférica no me engaña he podido notar como  necesitabas cerrar los ojos. Sigues oliendo a perfume, mis feromonas te atacan, perdóname, necesito hacerlo.

El amanecer parece ser infinito, ¿debo agradecer al infinito mi sensación de plenitud?