Probablemente no me estés
mirando, únicamente abras escuchado un
murmullo que responde a tus docentes masculinas preguntas. Perdón, debo
corregirme, habrás oído un murmullo en el ambiente. Un murmullo que se
verbaliza en la boca de otra persona... Lo siento de nuevo, sigo sin
acostumbrarme, en la boca de ÉL; el hombre, el cirujano, el estudiante, el
doctor, el especialista, el, el el… ese mismo ser que decide tener hipoacusia
innata para voces como la mía.
Soy la voz silente. Ni rosa, ni
aguda, ni tímida, ni sumisa, ni débil. Ninguno de los adjetivos que acostumbráis
a ponerme. Simplemente soy la voz silente. No me denomino así por voluntad
propia, la verdad es que mi voz es estridente y pide a gritos reconocimiento.
He puesto en boca de OTROS mi saber. Es la única forma de poder ser objeto de
atención.
Voy a dejarme de metáforas, esta
no es una ocasión para que adivinéis ningún doble sentido.
Tengo vagina, una suerte para mí
y una desgracia para otros. Me identifico como mujer, lo que es espléndido, y
me identifican como mujer, lo que a veces supone una lacra.
Puedo manifestarme tal día como
hoy, puedo gritar a los cuatro vientos y demostrar quién soy pero nunca servirá
de nada si vuestros oídos se tapan con odio y vuestras transmisiones cerebrales
se bloquean con prejuicios.
Es realmente sucio y denigrante.
Solo espero que algún día despertéis, lo cual dudo que suceda. Lo que realmente
espero es que las generaciones sucesivas no os conozcan nunca. Necesito
eliminar cualquier oportunidad de contaminación. Luchemos por conseguir un
campo aséptico.
Atentamente, una
cirujana, para vosotros, la voz silente.