Las manifestaciones: un
brote de esperanza, de hacerse notar, de fusionarse por un bien común. El hombre
no es hombre si no es entre hombres decía Aristóteles. El hombre no es hombre
si no se siente un ser social, si no se siente un ser libre. Así pues batallones de mentes unidas por una
causa luchan con el objetivo de hacerse notar, de vencer a la impotencia de ver
cómo el mundo va pasando de manera egoísta sin contar con ellos, esclavo de
cuatro poderosos que creen que su monedero es la correa de una mascota llamada
tierra.
Al igual que la
injusticia mueve a las grandes masas a luchar por un bien común, por una ilusión
de cambio y de conseguir un mundo mejor, la ansiedad también toma el papel del
pueblo insatisfecho con las leyes que le llegan desde arriba, desde un contexto
que le es imposible manejar.
Únicamente un suboficial
militar llamado “yo racional” o “yo pensante” es capaz de controlar a nuestra
querida amiga y evitar una respuesta desmedida hacia el rango más alto, que al fin
y al cabo es aquel contexto del que os hablo. Me refiero al máximo oficial que
arremete con los manifestantes que intentan avanzar cada vez más rápido hacia
este general llamado “contexto” o como queráis llamarlo, para evitar que se
salga con la suya, un contexto abstracto al que muchos llaman inevitable
destino.
¿Y quiénes son esos
manifestantes? Con sus máscaras, escondiendo su identidad, temerosos de ser
penalizados gravemente y no poder continuar con su cometido. Pues bien, represiones,
frustraciones, que en este tipo de contexto se convierten en agresividad,
gritando sin parar: - “que viva la lucha de la clase obrera”...
Y aquí estoy una noche
más intentando llegar con un acuerdo con los manifestantes que momentáneamente bajan
la guardia hasta nuevo aviso.
Hasta mañana
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